Es bastante probable que ya sepas que aplicarse un limpiador se convierte en uno de los primeros pasos a seguir cuando empezamos con la rutina de cuidado de la piel, lo que incluye hacerlo no solo por la noche (con el régimen de belleza nocturno), sino también por la mañana (con la finalidad de limpiar el rostro después de haber dormido y descansado).
Y el agua micelar puede pasar a convertirse en una opción excelente, ya que no requiere ningún tipo de aclarado tras su aplicación.
Aunque, al ser un producto bastante reciente, no está exento de dudas: ¿debemos aplicar el agua micelar antes o después del jabón?
Si hasta hace bien poco tenías por costumbre utilizar toallitas limpiadoras o toallitas desmaquillantes con la finalidad de limpiar o retirar el maquillaje, es bastante probable que ya hayas sufrido algunas de sus consecuencias.
Y es que, tal y como coinciden en señalar muchos especialistas, el uso regular de toallitas desmaquillantes, o limpiadoras, podría acabar irritando la dermis, debido a los distintos ingredientes y sustancias químicas que encontramos en su composición, que a la larga podrían actuar como irritantes cutáneos.
Es más, lo que originalmente pocas personas saben es que determinadas sustancias podrían incluso acabar obstruyendo los poros, de manera que no solo la irritación, el enrojecimiento y la inflamación son los únicos problemas relacionados. También podría incrementarse el riesgo de aparición de brotes de acné.
Además, determinadas toallitas desmaquillantes, e incluso algún que otro limpiador, pueden contener algo de alcohol, de manera que la piel podría igualmente acabar irritada e inflamada.
Por todo ello, se hace siempre necesario el uso de un limpiador que sea suave y bastante más respetuoso con la piel, como ocurre con el agua micelar.
Podríamos denominarlo como un auténtico producto multiusos para el cuidado regular de la piel, que no solo ayuda a limpiar con enorme suavidad, sino que también puede llegar a tonificarla (al comportarse incluso como si de un tónico se tratara).
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Básicamente consiste en un producto que se elabora a partir de agua purificada, una serie de tensioactivos suaves (compuestos que se usan habitualmente para la limpieza), y algún que otro humectante, como por ejemplo podría ser el caso de la glicerina.
Precisamente, las moléculas de estos tensioactivos suaves tienden a unirse con la finalidad de formar micelas, que consisten en un tipo de estructura química esférica útil para eliminar tanto la grasa como la suciedad, el maquillaje y las impurezas presentes.
De hecho, las micelas consisten básicamente en aceite suspendido, las cuales son capaces de actuar como un imán, atrapando la suciedad y las impurezas fácilmente.
Por este motivo, se convierten en una opción tremendamente eficaz a la hora de eliminar la grasa, la suciedad, las impurezas y el maquillaje, con la finalidad de ayudar a limpiar los poros, mientras actúa tonificando la tez.
Y lo que es aún mejor: no solo no necesita de aclaración o enjuague, sino que podría incluso ayudar a promover la hidratación de la piel, manteniéndola perfectamente suave, tersa y flexible, mientras reduce el riesgo de obstrucción de los poros, inflamación e irritación.
Pero cuando nos enfrentamos al uso, sobre todo por primera vez, del agua micelar y -por tanto- su introducción en nuestra rutina de cuidado de la piel, suele ser bastante común que tengamos algunas dudas relacionadas con cuál sería el mejor momento de aplicarlo.
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Añadiendo el agua micelar en nuestra rutina de cuidado de la piel
Como de buen seguro sabrás, la limpieza se caracteriza por ser el primer paso de cualquier rutina facial. Y es esencial, a la vez que importante, con independencia del tipo de cutis que tengamos.
Esto significa que cualquier tez necesita ser adecuadamente limpiada con la finalidad de retirar las impurezas, la suciedad, la contaminación ambiental, el maquillaje y el exceso de aceite (sebo), que se ha ido acumulando en la superficie (epidermis) con el paso del tiempo (o, al menos, desde la última limpieza).
Por tanto, la tez normal necesita limpiarse, de la misma manera que también lo necesita la grasa, mixta o seca.
En este sentido, los lavados faciales suaves pueden llegar a convertirse en la mejor opción.
Eso sí, es necesario tener en consideración algo imprescindible: el uso del agua micelar en combinación -o no- con otro tipo de limpiador más profundo tendrá que ver principalmente con los productos que nos hayamos aplicado a lo largo del día.
Así, no es lo mismo utilizarla únicamente en una piel generalmente limpia (entendiendo limpia por la no aplicación de algún producto pesado con anterioridad sobre ella), que sobre aquella donde se ha aplicado maquillaje o protector solar.
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De hecho, una de las principales ventajas es que es un producto apto para cualquiera, debido a que contiene una fórmula adecuada capaz de limpiar sin eliminar los aceites esenciales y tan saludables naturalmente presentes.
Además, aunque es cierto que contiene una serie de micelas, es un producto no comedogénico, por lo que no obstruye los poros ni desencadena brotes de acné, al no bloquear los poros, las glándulas o irritar el folículo piloso.
Por todo ello, el agua micelar (como ocurre con todos los limpiadores faciales) debe convertirse en el primer paso en cualquier rutina de cuidado de la piel, por lo que su aplicación es esencial sobre todo desde el primer momento.
Independientemente de que lo utilicemos por la mañana o por la noche (o incluso ambos), siempre debemos empezar la rutina con ella.
Luego, eso sí, es posible incluso utilizar nuestro limpiador habitual si es necesario, lo que ayudaría a conseguir una limpieza profunda, eliminando la suciedad presente en la superficie, el maquillaje, y las impurezas más profundas.
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Entonces ¿Antes o después el jabón?
Cuando se sigue una rutina de cuidado de la piel, algunas personas continúan utilizando el jabón como un elemento limpiador.
Eso sí, debemos tener en cuenta que lo más aconsejable, en caso de querer seguir usando un jabón, es optar por una versión con pH neutro, respetuoso con nuestra piel (adecuado para la misma) y que haya sido concebido como limpiador.
En estos casos, es fundamental aplicarnos siempre el agua micelar antes del jabón, convirtiéndose así en uno de los primeros pasos a seguir de la rutina de cuidado de la piel.
De hecho, no olvides que se puede combinar a la perfección con cualquier otro limpiador más profundo, de manera que es posible utilizarla como primer paso antes de empezar con la rutina, y aplicarse luego otro limpiador profundo.
Dado que tras la aplicación del agua micelar no se requiere ningún tipo de enjuague o aclarado, una vez lo hemos aplicado con la ayuda de una bolita o almohadilla de algodón, basta con seguir con la aplicación del siguiente limpiador más profundo.
Cómo usar el agua micelar correctamente
Lo cierto es que existen 3 maneras en las que es posible utilizarla. Por ejemplo, podemos usarlo como un limpiador rápido e hidratante, como un tónico hidratante útil para limpiar la piel más sensible o propensa al acné, o como un desmaquillador no graso.
La aplicación, eso sí, es bastante simple y sencilla. Solo debemos empapar una almohadilla de algodón o una bolita para poder impregnar luego la piel sin presionar y sin realizar demasiado esfuerzo.
Luego, procedemos a aplicarnos el agua micelar, frotando con suavidad. Debemos tener presente que no es necesario presionar para que haga su efecto, por lo que bastará únicamente con aplicarlo sobre la piel con suavidad, arrastrando ligeramente.
¡Listo! Tan solo debemos repetir el proceso según sea necesario. Por ejemplo, es perfectamente posible volverlo a aplicar de nuevo cuando, por ejemplo, necesitamos eliminar el maquillaje más rebelde, como por ejemplo podría ser el caso del rímel.
Para terminar, no olvides lo importante: el agua micelar debe aplicarse siempre antes del jabón, ya que es ideal como un primer paso en la rutina de cuidado de la piel, gracias a su textura liviana y su consistencia ligera y perfectamente limpia, al ayudar a preparar la piel para el resto de productos más pesados, a la vez que retira la suciedad y las impurezas con mucha suavidad.